Apuntes sobre “A casa” [un capítulo de #GameOfThrones]
por Ángel Alayón
Es tentador comenzar estas notas hablando de Jon Snow, pero resistamos y esperemos unos párrafos.
Snow también tuvo que esperar.
El escritor español Javier Cercas advierte sobre la ilusión de creer que el pasado no forma parte del presente. Lo que vivimos y lo que somos tiene mucho de cuanto hemos dejado atrás y que muchas veces desconocemos o ignoramos. La historia puede ser vista como una metodología de la omisión y aquello que se omite puede ser lo que necesitamos para explicarnos.
Como parte de su entrenamiento, Bran viaja a una escena que no pudo haber vivido. Ve a un joven Ned, su padre, enseñando a pelear a su tío Benjen. Ve a su tía Lyanna, a quien nunca conoció y, además, descubre que su acompañante, el gigante Hodor, alguna vez habló y respondía al nombre de Wilys. Vio que eran felices. El Cuervo de los Tres Ojos lo hace regresar al presente y, ante la protesta de Bran, le recuerda que “el fondo del mar es hermoso, pero si te quedas durante mucho tiempo te ahogas”.
Hasta no hace mucho tiempo, la humanidad consideraba a la nostalgia como una enfermedad que podía causar la muerte.
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Jamie Lannister tiene una cuenta pendiente que saldar con el High Sparrow. En pleno funeral de su hija Myrcella, empuña la daga y se acerca amenazante hacia quien tantas ofensas ha ocasionado a la familia real. Y el High Sparrow se muestra dispuesto a morir. Le dice: “Adelante. Todos somos criaturas débiles, egoístas y vanidosas. Sólo vivimos por la piedad de la madre”. De inmediato aparecen decenas de sus seguidores, armados y dispuestos a conjurar la amenaza. Entonces el High Sparrow le recuerda que a ellos no les importa morir: “¿Quiénes somos? No tenemos nombre ni familia. Todos somos pobres e incapaces. Pero juntos podemos derrocar a un imperio”.
El High Sparrow le recuerda a Jamie que la balanza no se inclina sólo por razones cuantitativas, sino también por el poder que otorga la unión en pos de un mismo objetivo de aquellos (de muchos) que no tienen nada que perder.
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“Si no puedo proteger a mi esposa y a mi madre, ¿de qué sirvo?”, se pregunta el Rey Tommen. Este lamento es un eco de aquello que dijo Cersei luego de la muerte de su hijo Joffrey, cuando le preguntó al príncipe Oberyn Martell: “¿De qué sirve el poder si no podemos proteger a quienes amamos?”.
La historia y la literatura están llenas de tragedias sobre poderosos cuyo poder no sirvió para evitar la tragedia de los suyos, pero sí para desfigurarse entre el dolor y la soledad.
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El conocimiento es poder, dice un lugar común. Y, como pasa con los lugares comunes, algo de cierto hay en la frase. En Mereen la situación es desesperante. Una insurrección amenaza a quienes se quedaron allí por Daenerys Targaryen. No parecen tener muchas opciones para terminar de controlar la ciudad, hasta que Tyrion recuerda a los dragones, que llevan tiempo encerrados sin comer.
Tyrion, con sus conocimientos de historia, sabe de la “inteligencia” de los dragones y lo mal que llevan el cautiverio. También sabe que son un arma devastadora y que, si logra alinearlos a su favor, dispondrá de un arma que puede cambiar el juego. Ante esta situación, toma la decisión de liberarlos de las cadenas: una apuesta arriesgada basada en el saber.
Tyrion ha sido consistente y siempre deja en claro su valoración de la historia y de los libros para el comportamiento estratégico. Alguna vez le regaló a su sobrino Joffrey un ejemplar de Vidas de los Cuatros Reyes, “un libro que todo rey debería leer”. Intentó advertirle con ese obsequio que el conocimiento es necesario para mantenerse en el poder.
Un rey que solo se deja acompañar por su espada es vulnerable. En especial frente a la astucia, que no requiere de ataques frontales para vencer.
A la hora de salvar la cabeza, Tyrion sabe que el conocimiento puede ser más eficaz que el escudo y la lanza.
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Jon Snow es el arquetipo del héroe que supera obstáculos en camino a su destino. Sin embargo, fue asesinado por su propia gente causando desazón entre sus seguidores. Fue una pérdida para muchos y un cliffhanger narrativo que alimentó horas de especulaciones desde el fin de la temporada pasada.
Ahora sabemos que Snow ha resucitado y muchos, junto a él, han recuperado el aliento.
Ha sido el reencuentro del público con su favorito, alguien que muchos creen no sólo merece salvarse sino ganar el Juego de Tronos (sea lo que sea que eso signifique).
Muchos espectadores de la serie pusieron en evidencia su visión “snowcéntrica” durante el tiempo que Lord Commander estuvo muerto. Me pregunto si, en ese deseo de resurrección de Jon Snow, no está la misma carga emocional por la cual alguien decide seguir a un caudillo.
Porque esa frontera es más tenue de lo que muchos quisiéramos: el límite entre el reconocimiento de un liderazgo necesario y la adhesión ciega a un caudillo. O, peor aún, seguir a alguien que encarne la idea del dictador benevolente.
Cersei una vez dijo que en el Juego de Tronos o ganas o mueres. Al menos por esta vez la ecuación ha cambiado: Snow regresa a la lucha y los espectadores se regocijan, aunque sepamos que, al menos de este lado de Westeros, sólo podemos contar con los vivos. Nadie volverá desde el mundo de los muertos con la intención de salvarnos.
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Este artículo fue publicado por primera vez en Prodavinci el 3 de mayo de 2016.
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Ángel Alayón es economista y director de Prodavinci. Puedes seguirlo en Twitter en @angelalayon
Ángel Alayón
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