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Fotografía de Max Sat / Flickr

Mi esposa te recomendó que te casaras conmigo

por Jason B. Rosenthal

17/06/2018

Pues yo soy ese tipo.

Hace poco más de un año, mi esposa, Amy Krouse Rosenthal, publicó un ensayo de Modern Love titulado: “Te recomiendo casarte con mi esposo”. Amy, a sus 51 años, se estaba muriendo por cáncer de ovario y redactó ese ensayo como un perfil para que yo buscara citas. La verdad es que fue una carta de amor para mí.

Fueron las últimas palabras publicadas por Amy. Ella falleció diez días después.

Amy no podría haber anticipado que ese ensayo me daría la oportunidad de que yo también formara parte de esta columna, en el contexto del Día del Padre, y así poder contar lo que ha sucedido desde el año pasado. Claro que no pretendo tener el extraordinario don que Amy tenía con las palabras, pero algo es algo.

Durante toda nuestra vida juntos, Amy fue una escritora prolífica; publicó libros para niños, memorias y artículos. Cuando supo que sus días estaban contados, quiso terminar un último proyecto. En ese entonces teníamos cuidado médico en casa, una manera gentil de lidiar con el fin de una vida y que te permite cuidar a tu ser querido en un ambiente familiar, lejos de los hospitales con máquinas ruidosas y frecuentes interrupciones.

Yo estaba en la mesa del comedor, con vista hacia la sala de estar, donde Amy había construido su oficina. Entre siestas trabajaba ahí, en el sillón.

Esos momentos de paz eran inducidos por la morfina que necesitaba para paliar los síntomas. Un tumor había creado un bloqueo completo del intestino, por lo que no podía comer nada sólido. Se sentaba frente al teclado y empezaba a escribir, luego dormía un rato y al despertar volvía a empezar.

Cuando Amy terminó ese ensayo me lo dio para que lo leyera, como había hecho con todos sus textos. Pero esta vez fue distinto. En su libro de memorias había escrito sobre nuestros hijos y sobre mí, pero nunca de este modo. ¿Cómo es que logró combinar esos sentimientos de profunda tristeza con un humor irónico y una honestidad total?

Para cuando salió publicado el ensayo, Amy estaba demasiado enferma para poder celebrarlo. Conforme crecían las reacciones alrededor del mundo, yo me sentí contrariado de que no pudiera apreciar el impacto tan profundo que tuvieron sus palabras. El alcance de ese artículo, de todas las obras de Amy, era mucho más profundo y enriquecedor de lo que me había dado cuenta.

Me llegaron cartas de todo el mundo. Incluían notas de admiración, consejos médicos, compasión y ofertas de mujeres que querían conocerme. Yo estaba consumido por el pesar de los últimos días de Amy como para dedicarme a responder. Era muy extraño que en ese momento yo fuera el centro de atención, aunque la efusión global me hizo apreciar lo significativo que era su trabajo.

Cuando las personas piden que me describa siempre empiezo con la palabra “papá”, pero pasé buena parte de mi vida adulta siendo “el esposo de Amy”. La gente la conocía a ella y a su obra, mientras que yo era relativamente anónimo. No tenía presencia alguna en redes sociales y con mi profesión, abogado, no precisamente se obtiene mucha atención pública.

Después de que Amy murió me enfrenté a incontables decisiones en mi nuevo papel de padre soltero. Como en cualquier matrimonio o unión entre personas con hijos, teníamos una división de labores. Ya no. Muchos pensaban que Amy era desorganizada porque tenía listas y listas: notas por doquier, pedazos de papel y hasta mensajes que escribía en el dorso de su mano. Pero era una de las personas más organizadas que he conocido.

Existen temas de la vida diaria que ahora enfrento, pero a los que antes no les ponía mucha atención. ¿Cómo es que Amy lograba hacerlo todo tan habilidosamente? Puedo hacer muchas cosas yo solo, pero si dos personas se apoyan pueden lograr mucho más en los retos de la vida diaria.

Muchas mujeres se tomaron al pie de la letra la recomendación de Amy y me enviaron todo tipo de mensajes: muy frontales, chistosos, sabios, conmovedores, sinceros. En una carta escrita a mano de seis páginas una mujer enalteció su conocimiento sobre automóviles en un aparente intento de conquistarme: “Sé cómo revisar el radiador del coche en caso de que necesite un poco de agua antes de que explote el motor”.

Aunque no sé mucho sobre programas de telerrealidad, me llegó una carta adorable de una niña: «Me gustaría meter una solicitud para mi mamá, como los amigos y familiares pueden hacer para quienes participan en The Bachelor».

Y admiro el sentimiento y el estilo de la mujer que escribió: “Tengo una imagen visual de mujeres esperanzadas haciendo fila afuera del Green Mill Jazz Club los jueves. Madres solteras, divorciadas elegantes, tías solteronas, amas de casa aburridas, hijas, señoras de edad avanzada… todas ansiosas por ver si la zapatilla les quedará a ellas y ellas solas, si el príncipe del cuento es el indicado. Que ellas son las indicadas para él”.

En ese momento no tenía cómo lidiar con estos mensajes, pero desde entonces he encontrado consuelo y hasta risas en muchos de ellos. Lo que sí he logrado entender es la magnitud del regalo que me dio Amy al enfatizar que yo aún tenía una larga vida por delante que podía estar llena de júbilo, felicidad y amor. Su decreto de que llenara mi vacío con una nueva historia me ha dado el permiso de realmente aprovechar el tiempo que me queda en este planeta.

Si puedo transmitir un mensaje sobre lo que aprendí gracias a su regalo, sería este: habla con tu pareja, tus hijos y otros seres queridos sobre qué quieres para ellos cuando fallezcas. Si haces eso les das la libertad de vivir una vida plena a la que, con el tiempo, le conseguirán sentido. Habrá mucho dolor y a diario pensarán en ti. Pero seguirán y construirán un nuevo futuro a sabiendas de que les diste el permiso e incluso el ánimo de hacerlo.

Quisiera tener más tiempo con Amy. Quiero tener más tiempo para ir de pícnic y escuchar música en el parque Millennium. Quiero tener más cenas del sabbat con los cinco Rosies, como nos apodamos entre nosotros, los Rosenthal.

Incluso me encantaría esperar en lo que Amy se tarda todo el tiempo que quiera para despedirse de todos en las reuniones familiares, como siempre hacía, incluso cuando ya habíamos estado ahí durante horas, teníamos ante nosotros un largo camino a casa y muy probablemente nos veríamos de nuevo en unos días.

Quisiera haber tenido más de todo eso, tal y como Amy también lo deseó, pero nada de eso pasó. En cambio, como ella describió, seguimos el plan de ser, que consiste en estar presentes en nuestras vidas porque se nos acaba el tiempo juntos. Así que hicimos lo posible para vivir el momento hasta que todo se terminó.

La peor ironía de mi vida es que cuando perdí a mi mejor amiga, a mi esposa durante veintiséis años y a la madre de mis tres hijos, fue que pude realmente apreciar todos y cada uno de mis días. Sé que suena a un cliché, y lo es, pero también es verdad.

Amy aún me abre puertas, influye en mis decisiones y me enfrenta con el mundo para que lo sepa aprovechar. Hace poco di una conferencia TED sobre el fin de una vida y mi proceso de duelo que espero que ayude a otras personas. Nunca me imaginé que iba a hacer algo así, pero agradezco la oportunidad de conectarme con personas en una situación similar. Y claro que esto solo lo escribo gracias a ella.

Ahora estoy consciente, de una manera que quisiera no haber tenido que aprender, de que la pérdida es la pérdida, ya sea un divorcio, perder un trabajo o a una mascota o enfrentar la muerte de algún familiar.

En ese aspecto no soy distinto a los demás. Pero mi esposa me dio un regalo cuando, al final de su columna, dejó un espacio en blanco, uno que ahora quisiera ofrecerte a ti. Un espacio que tú puedes llenar. La libertad y el permiso para que escribas tu propia historia.

Aquí va. ¿Qué vas a hacer con este nuevo comienzo?

Atentamente,

Jason

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