Reseña: En “Jurassic World: El reino caído” el dinosaurio más salvaje no basta
por A. O. Scott
Algunos de los pósteres de Jurassic World: El reino caído prometen que “el parque ya no existe”. La intención probablemente es que sea un presagio, pero a mí me suena como a que ya no está lo más divertido. Y la verdad es que la parte sobre un “reino caído” también es poco clara. Aunque quizá el error es pensar que esas palabras tienen algún sentido, punto. Porque esta película no tiene mucho interés en tener sentido.
Pero podrían decirse cosas mucho peores sobre un filme de este tipo. Cuando se estrenó la primera parte de Parque Jurásico, en 1993, era una parábola y un ejemplo de la ambición humana llevada a extremos. Un visionario con buenas intenciones pero descaminado (Richard Attenborough) usa ingeniería genética para revivir a especies extintas hace mucho tiempo. Otro (Steven Spielberg) usa efectos visuales y especiales para el mismo fin. Los resultados son algo ridículos, pero también escalofriantes, emocionantes y, a momentos, dan qué pensar.
Eso era soberbia; lo de ahora es el negocio. Cuando revivió la franquicia en 2015 con Jurassic World: Mundo jurásico, una de las películas malas que más recaudó en taquilla en la historia, se desperdició el carisma de los reptiles enormes y el encanto del elenco humano por darle más importancia a una mezcolanza extraña de momentos con superproducción.
El reino caído, dirigida por el español J. A. Bayona, es en ciertos sentidos una película menos ambiciosa y más tonta que su predecesora; justamente por esa razón, es más divertida. Los sucesos tienen un toque cursi y jocoso como de científico loco, sobre todo cuando los dinosaurios están persiguiendo a personas, o viceversa. Y eso sucede a menudo.
Bayona y los guionistas Colin Trevorrow (quien dirigió la película anterior) y Derek Connolly (coautor de ese filme previo) intentan remediar los toques sexistas que se volvieron la mayor crítica de Mundo jurásico: esta vez Bryce Dallas Howard no se la pasa corriendo en tacones para escapar de dinosaurios. Hay un chiste visual con referencia a la cabellera del presidente estadounidense, Donald Trump. Que nada de esto se confunda con un interés en discutir la actualidad. Porque los cuestionamientos éticos relativamente interesantes que eran parte del Parque Jurásico desde un inicio —¿hasta qué punto los humanos deben trastear la naturaleza? ¿Qué le debemos a criaturas imaginadas?— son tan mínimas como para ser invisibles. ¡El parque ya no existe! Mejor regresemos a casa.
Y es que los realizadores parecen haber pensado que es buena idea tener contenidas a las criaturas digitales en espacios interiores. Aquella isla tropical queda vaciada para que los protoanimales estén en una mansión en el norte de California, supuestamente para protegerlos de una política de reextinción, pero en realidad para crear superarmas y subastarlas a los malos.
Quienes obstaculizan el camino de esos malos incluyen a Maisie (Isabella Sermon), la nieta del dueño de la mansión Benjamin Lockwood (James Cromwell), quien estuvo involucrado en la creación del primer parque; la cuidadora de Maisie, Iris (Geraldine Chaplin), y el asistente de Lockwood, Eli (Rafe Spall). Claire Dearing (Howard) se reúne con aquel intrépido especialista en conducta animal Owen Grady (Chris Pratt) y se suman también Zia Rodríguez (Daniella Pineda) y Franklin Webb (Justice Smith), versiones más jóvenes y ñoñas de los personajes secundarios que ahora parece tienen que aparecer en cualquier película de acción, cual cliché.
La verdad no me importan esos clichés. Hay momentos en los que El reino caído hace guiños y parece reconocer su propia ridiculez, y acoge su estatus como filme que solo pretende entretener a una audiencia en busca de un lugar con aire acondicionado. Pero es muestra de que en el ambiente actual del entretenimiento es una imposibilidad genética, no solo una especie en peligro de extinción, la película de serie B que también es sincera. Todo tiene que ser agresivamente autoburlón u excesivamente ominoso. El reino caído no logra mezclar las dos: hace algunas referencias apocalípticas al estilo de El planeta de los simios e intenta meter toques de humor irónico; todo lo demás se siente hecho a medias.
El elenco también parece estar solo medianamente involucrado. La afabilidad con toques machistas de Pratt pierde cada vez más su encanto y el personaje de Howard está formulado para que sea la mujer fuerte de la historia, pero de manera demasiado genérica. Fuera de Toby Jones, los villanos no se sienten diabólicos: los dinosaurios tienen más personalidad.
Sin embargo, no tienen tanta como antes. La capacidad de generar asombro, terror y empatía —el propósito de la franquicia— ha disminuido pese a que las capacidades de esas imágenes creadas por computadora han aumentado. Entonces supongo que los lemas en los carteles sí tienen sentido. El reino ha caído. El parque ya no existe. Ahora es un minizoológico.
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Este texto fue publicado originalmente en The New York Times en español
A. O. Scott
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