Reseña: ‘Han Solo’ da respuestas que no necesariamente buscábamos

por A. O. Scott

19/05/2018

Fotografía de Jonathan Olley – © 2018 – Lucasfilm Ltd

“Esto nunca se trató de ti”, alguien le dice a Han Solo; es una declaración muy extraña porque la película lleva su nombre. No quiero que esto se trate de mí, pero hay muchas preguntas que nunca se me había ocurrido hacer en los 41 años que han transcurrido desde que vi la primera película de La guerra de las galaxias (sí, no me griten, en realidad es el cuarto episodio, Una nueva esperanza).

¿De dónde viene el apellido de Han Solo? ¿Cómo conoció a Chewbacca? ¿Con qué mano ganó la partida de Sabacc que lo hizo acreedor al Halcón Milenario? ¿De qué manera logró completar el Corredor de Kessel en menos de doce parsecs?

Han Solo: Una historia de Star Wars tiene la respuesta a esta y más preguntas. Y eso no es algo malo, pero hace de este episodio, dirigido por Ron Howard a partir de un guion de Jonathan Kasdan y Lawrence Kasdan, una película que arriesga muy poco, casi como una página de Wikipedia sobre La guerra de las galaxias, pero en versión filmada. (Se estrena mundialmente el 25 de mayo).

Antes de su regreso como el patriarca en El despertar de la fuerza, Han Solo era el tío con anécdotas increíbles. Claramente tenía muchas historias locas que contar sobre apostadores, contrabandistas, cazarrecompensas y otros personajes con los que pasó tiempo antes de unirse a la Rebelión, aunque por alguna u otra razón nunca llegó a relatarlas. Quizá no había que escucharlas todas, pero siempre estaba la posibilidad de contratarle un escritor fantasma y que sacara todo de su pecho. ¿Por qué no?

Pues porque entonces descubrirías que las anécdotas no son tan interesantes como pensabas. El Han joven, interpretado por Alden Ehrenreich (quien luce algo perdido, pero hace el esfuerzo), es presentado como un delincuente juvenil en un planeta oscuro llamado Corellia, donde se dedica a robar autos y a besarse con su novia Qi’ra (interpretada por Emilia Clarke, de Juego de tronos). Las primeras escenas tienen similitud con aquel filme clásico de neumáticos quemados, gasolina y hormonas adolescentes, American Graffiti, película de 1973 sobre la transición a la adultez dirigida por George Lucas y justamente protagonizada tanto por Howard como por un joven Harrison Ford.

Este Han es sincero y jubiloso, una versión distante de la más cínica y canosa al estilo Humphrey Bogart de Una nueva esperanza. Él y Qi’ra, forzados a trabajar para una criatura gigante con voz rasposa, intentan huir como si fueran personajes de una canción de Bruce Springsteen, pero sus sueños se ven frustrados por el imperio y por un sindicato criminal llamado Crimson Dawn (amanecer rojo). Han se enlista para el servicio militar y termina por desertar. Qi’ra comienza a trabajar con un gángster de nombre Dryden Vos (interpretado por Paul Bettany). Los amantes se reencuentran en el lujoso hogar de este, a donde Han llega para hacer negocios ahora que es parte de una banda de ladrones (encabezada por Tobias Beckett, el personaje que se roba los reflectores interpretado por Woody Harrelson).

Esa es información suficiente sobre la trama, por ahora, aunque claro que hay mucho más, pues es una película de La guerra de las galaxias: hay geografía, astrofísica y ciencia política suficientes para un semestre entero de clases sobre la saga. Pero debo admitir que aunque he sido pupilo por casi toda mi vida, mi desempeño me ganaría apenas una calificación de 8.

Sin embargo, sí me sorprendió un momento, cuando entra a la trama una figura de la trilogía original; terminé debatiendo con otro editor (mucho más nerd que yo) porque él dice que no es posible que aparezca en este episodio. De ahí surgió todo un seminario en la redacción de The New York Times sobre líneas de tiempo y qué sí es o no canónico dentro de la saga; un debate tan vigoroso y solemne como puede serlo si se trata de este tema. Si les doy más detalles, llegará la policía que vigila que no se revelen detalles de la trama. Uf, ¡el periodismo cultural puede ser intenso!

Han Solo no lo es tanto y pasa de un momento a otro como si no quisiera ser más que una pieza “de en medio”. No se toma muy en serio a sí misma, pero también restringe sus impulsos irreverentes y anárquicos. Algunos fanáticos culparán de esto a Howard y se imaginarán qué sería distinto si los directores originales Christopher Miller y Phil Lord, de las películas de Lego, hubieran terminado su gestión del proyecto. Pero esta galaxia siempre ha sido una con muchas reglas y cualquier desenfreno o separación de las tradiciones de la franquicia probablemente habrían generado descontento entre otros fanáticos.

No hay por qué indignarse. Hay algunas secuencias de acción muy buenas y otras que no quedan claras para nada. Hay algunos personajes secundarios que casi le roban las luminarias al héroe, como Val (Thandie Newton), acompañante de Beckett; el droide L3-37 (Phoebe Waller-Bridge), y el mismo Lando Calrissian (Donald Glover), el dueño original del Halcón Milenario que a veces es rival de Han y otras es su modelo a seguir. Y, claro, también está Chewbacca (Joonas Suotamo).

Este conoce a Han en un sitio lodoso, por cierto. Para las otras respuestas deberás ver la película. Lo curioso es que contesta varias interrogantes, pero no explora cómo es que Han se convirtió en ese tipo cínico y receloso del que se enamoró la princesa Leia (y muchas otras personas también) a principios de los años ochenta. No es culpa de Ehrenreich que no suscite lo mismo que Harrison Ford (aunque me encanta la idea de que Glover crece para convertirse en la versión de Lando interpretada por Billy Dee Williams). La divergencia se debe más a una línea de tiempo que nunca se ajusta. Los tipos como el Han Solo viejo pertenecen al pasado.

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Este texto fue publicado originalmente en The New York Times en español.


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