¿Qué tiene Kung Fu Panda que no tenía el Elefagente Secreto?
por Willy McKey
0. Lo actual será el futuro. Imagine que puede ver en nuestro presente todos los elementos de su pasado que se han ido acumulando y le toca decidir con cuáles cosas quedarse y cuáles serán desechadas, asumiendo que eso que llamamos el-presente no es sino la consecuencia de múltiples decisiones tomadas en el (y del) pasado. Al hacerlo, lo actual —esa singular idea del presente— será visto como un devenir. Es decir: algo más parecido a lo que segundos antes creíamos que era el futuro.
La “actualidad” es un concepto ontológico trabajado con mucha seriedad por filósofos como Michel Foucault a partir del pensamiento de Hegel, Nietzsche y de Max Weber, entre otros. Sin embargo, en el atrevimiento que significa resumirlo, pactemos con esta idea: digamos que lo-actual es una dinámica, no una noción ni un momento específico, sino la manera en la que el futuro deviene presente y el ahora deviene pasado.
Así convendremos que lo actual no es lo que somos, sino eso en lo que nos estamos convirtiendo.
Hemos atendido a una idea cronológica que desde el 1994 de la irrupción de Pixar, y el éxito comercial de Toy Story del año siguiente, traza una línea que pretende aproximarse a cómo cambia la noción actual de lo heroico: eso en lo que se van convirtiendo los héroes.
1. El metahéroe actual.Quizás una de las resemantizaciones del héroe animado en tres dimensiones con más tuétano cultural es Po, el protagonista de la saga Kung Fu Panda. Dentro de los relatos de formación de las nuevas tendencias en películas animadas, exhibe una cantidad de elementos que rebosan los estereotipos del héroe moderno y del postmoderno antihéroe. De modo que hay en esta reflexión una invitación a llamarlo metahéroe, una distinción que puede resultarnos útil, al menos para este texto.
Po es uno de los habitantes del Valle de la Paz, donde su pusilanimidad habría podido pasar desapercibida de no ser porque es el único panda de toda la región. Fue adoptado por Ping, un sobreprotector padre adoptivo ganso que vende fideos y comida vegetariana.
Aun así, más allá de esas singularidades, Po es un entusiasta del kung-fu que admira a Los Cinco Furiosos, al igual que los otros jóvenes de la comarca. Aquellos míticos guerreros conocidos como Tigresa, Mono, Mantis, Víbora y Grulla representan los cinco estilos de kung-fu, y todos han sido entrenados por el panda rojo Shifu.
Po en chino podría traducirse como “inocente por naturaleza”. En su ejercicio de la candidez entusiasmada que remite a la idea del fan de nuestros tiempos, él colecciona los pósters de sus ídolos, así como la mercancía POP y los action-toys que le permiten activar la dimensión lúdica, como para muchos de nosotros fueron los juguetes de la WWF, los de G.I. Joe o He-Man y los Amos del Universo.
Cuando Po está a solas, en sus horas de juego, imagina que es el compañero de sus héroes. En esa ficcionalización de la vida interior, es Po quien los ayuda, los alienta, los sostiene. Y en su condición de fan los conoce tan bien que sabe cómo reaccionarían ante la imaginada vicisitud. Así, imita sonidos de espadas que cortan el viento y los hace lanzar patadas que nunca yerran.
Se trata del único panda gigante del Valle de la Paz, jugando como cualquier infante que ha decidido pasar el tiempo convirtiéndose en su propio héroe. Y aquí es donde la sutileza de un elemento mínimo se vuelve vital para comprender la nueva idea del héroe: ese niño está jugando a ser-sí-mismo, hombro con hombro con sus héroes.
No necesita fingir que él es el héroe, a partir del simulacro, como aquel Andy que juega a ser las voces de Woody o Buzz. Esta vez se abre un replanteamiento de la estética de la simulación: lo hiperreal sustituyendo a lo real, alterando aquel “orden del simulacro” de Baudrillard, que Eloy Fernández Porta recuerda en Afterpop (2010).
Ha cambiado la manera de jugar y, en esa medida, la manera de imaginar. Po no quiere ser uno de Los Cinco Furiosos, sino sumarse a ellos y hacerlo sin dejar de ser él mismo.
Sin máscara. Sin identidad secreta. Sin ocultamiento.
Kung Fu Panda es la primera película de Dreamworks que se deslinda de una fórmula de relato tradicional, con un guión y la creación de un universo sin hiper-referencias para la parodia, aunque musicalizado y contado desde la hibridación. Antes de llegar a Shrek, ya habían probado el relato de autor a-lo-Woody Allen con Antz, historias de alcance mítico global (El Príncipe de Egipto, 1998), espacios de lo no-narrado (La Leyenda de El Dorado, 2000) y la nostalgia por el stop-motion de los ochenta (Chicken Run, 2000). Incluso, antes de la exitosa secuela del ogro verde, siguieron intentándolo con la emocionalidad (Spirit, 2002) y la heroicidad heredada de la literatura (Sinbad: la leyenda de los 7 mares, 2003).
Es preciso atender a un dato: esta experimentación en formas de narrar podía sostenerse porque, cosas de ese singular universo Spielberg, durante este lapso Dreamworks produjo filmes con buena taquilla como Amistad (1997), Impacto Profundo (1997), Salvando al soldado Ryan (1998), Belleza americana (2000), Náufrago (2000) o Gladiador (2000).
De manera que no fue una piedra fundacional esto de elegir un lugar de enunciación capaz de remitir a las películas de kung-fu Wuxia de los años setenta, para narrar en 2008 la épica del (que creíamos) último oso panda de la Antigüedad.
Po se conecta con un elemento instalado en el capital simbólico: la ternura eternamente amenazada del mismo osito de la WWC y el blanquinegro del milenario Ying Yang. Todo a la vez. Y tal como había sido El Rey León casi quince años antes para Disney, a pesar de la clara base argumentativa en Hamlet y el antecedente japonés de El León Blanco, en Kung Fu Panda el relato expone una nueva manera de armar distancia entre el protagonista y sus ancestros, pero en especial con sus contemporáneos
Así, deviniendo símbolo, aparece el metahéroe actual: sin hipertrofiar el pasado, porque lo desconoce; pero también incapaz de reconocerse en su futuro, porque su valor real está en el ejercicio del presente. A lo que se refiere el maestro Oogway con su firme calma: “El ayer es historia. El mañana es incierto. Pero hoy, hoy es un regalo: por eso también se llama presente”.
2. La característica vs. El defecto. En The Art of Dreamworks, los creativos que estuvieron detrás de la saga Kung Fu Panda confirman algo que ya habían dejado saber en 2008: la gran influencia del director Stephen Chow, maestro de la comedia en China y autor de imprescindibles del género como Kung Fu Hustleo Shaolin Soccer, además de una vasta investigación que iba desde arte chino hasta el trabajo de Zhang Yimou, pasando por las películas de Bruce Lee.
La particularidad es que ese recorrido no lo hicieron para hacer guiños ni parodias, como ya se había hecho con Shrek, sino para todo lo contrario: ir en contra del cliché y permitir que un buen guión de comedia no esté obligado a ser una parodia.
Y aquí aparece el singular manejo de la obesidad de Po como vehículo para hacer humor.
Hagamos un repaso: luego de que los habitantes del Valle de la Paz llegan hasta el lugar donde se escogerá al Guerrero Dragón prometido por la profecía, Po no puede llegar a tiempo y queda fuera del evento, debido a las fatigas motivadas por su sobrepeso.
Ahora bien: no olvidemos lo que escribió Baudrillard sobre el simulacro y entendamos que un panda no está obeso: lo es. Y a medida que se relata la épica de Po, se entiende cómo es que en su obesidad reside una característica, no una limitante.
Incluso en antecedentes grabados en tres dimensiones naturales, como aquella con apetito lisérgico como The Banana Splits, la animación comercial en dos dimensiones siempre trabajó la obesidad en la órbita de lo risible. Por ejemplo: la notoriedad de El Elefagente Secreto, la elegancia ridícula de Pepe Pótamo, la coquetería de las bailarinas de Fantasía, la torpeza mágica de Baboo,el compañero de la genio Jeannie; el calco de la comedia real de Lou Costello en la versión animada de Abbott y Costello, e incluso aquella poco recordada y basada en la banda de Meat Loaf: Albóndiga y Espagueti.
No es sino hasta 2008 que la obesidad, en Po, deja de ser el obstáculo que debe superarse, el defecto que resulta del descuido ni el eje de lo hilarante, para transformarse en una característica primordial para convertirse en el Guerrero Dragón.
Ahora bien: no es algo que opera solamente en Po y con su obesidad. También opera en el pequeño tamaño de Mantis, que oculta su fuerza; en la insensibilidad de Tigresa, que oculta su asertividad; en la hosquedad de Víbora, que oculta su flexibilidad; en la fragilidad de Grulla, que oculta su versatilidad; y en la hiperactividad de Mono, que oculta su seriedad.
Así, la obesidad de Po se convierte en una característica que debe contemplarse a la hora de confrontarlo: una debilidad aparente que oculta la verdadera habilidad.
El paradigma que instala el prejuicio de cuán es improbable que un obeso panda sea un aventajado ejecutante del kung-fu es lo que hace que sus contrincantes bajen la guardia. Desde el propio Shifu, su maestro, hasta el cruel Tai Lung, el leopardo de las nieves de la primera entrega, el displicente Lord Sheen, el pavorreal de la secuela, y Kai, el soberbio espíritu devuelto a la tierra: todos son víctimas de sus paradigmas.
En resumen, quienes son derrotados por Po sufren las consecuencias de no atender lo actual en él: eso en lo que se está convirtiendo durante el camino hacia la paz interior.
3. El valor político de esta idea (o todo tirano es un pavorreal). En Kung Fu Panda 2 hay una valiente referencia a los tiempos más feroces de Mao Tse Tung.
A los enterados puede parecerles una obviedad que la mudanza de Lord Sheen a la ciudad de Gongmen sea un eco del traslado de Mao en 1954 a Zhongnanhai, cerca de la Ciudad Prohibida. Sin embargo, lo mejor trabajado es la manera de usar en el argumento los referentes de El Gran Salto Adelante, cuando el gobierno del Partido Comunista tomó una serie de medidas económicas, sociales y políticas, entre los años cincuenta y sesenta.
Al igual que cuando Mao decidió aprovechar la enorme fuerza de trabajo a sus órdenes, para emprender un proceso feroz de industrialización, la orden de recolectar todo el metal que le da el pavorreal Lord Sheen a sus huestes de lobos recuerda, inevitablemente, aquel proceso que en la historia real de China llevó a una hambruna con una cifra aún sin precisar, pero que está entre los quince y los treinta millones de víctimas fatales.
Hay que ser cuidadosos al apreciar estas referencias a regímenes totalitarios. La saga de Po no tiene el tenor de las influencias del macartismo simplón en las películas de Walt Disney, ni padece las paranoias de Las aventuras de Rocky y Bullwinkle, donde los alemanes son torpes nazis o comunistas orientales. En Kung Fu Panda 2 lo que se pone en evidencia es que hay dos maneras de volver a la gloria que reside en nuestros orígenes: la violenta que se apropia por asalto del legado y aquella que forma parte del relato de formación y saca partido de la memoria.
Y va más allá: Lord Sheen fue quien exterminó a todos los pandas de la región. Es una decisión que toma cuando una cabra sibila le advierte que será vencido por un guerrero blanco y negro: un panda. Así que tampoco es azaroso que el arma de Lord Sheen, un tipo de cañón metálico que opera con pólvora y cambiará la manera de entender la guerra y el poder, se conecte con el origen de Po como Guerrero Dragón.
Si hacemos memoria, es gracias a los fuegos artificiales que Po es proyectado hasta el lugar donde será señalado por Oogway como el Guerrero Dragón invocado por la profecía. En esa medida, Lord Sheen ha decidido usar esa misma pólvora para la muerte, a expensas de la expropiación de todo el metal de China para hacer sus enormes cañones.
Ambas figuras representan los extremos del presente narrativo (es decir: de lo actual) y por eso pretenden anularse: la soberbia teatralidad del pavorreal contra la candidez del panda, quien sigue depositando en sus héroes más confianza que en sí mismo.
Otra marca de la batalla del héroe con su memoria está en que la primera víctima del arma de Lord Sheen sea el maestro Trueno Rhino. No tanto por la manera en la que muere el rinoceronte, sino en la reacción del resto de los habitantes del valle, que tanto recuerdan a las consecuencias del fatídico Movimiento de las Cien Flores, una trampa política con la que Mao le hizo creer a sus disidentes que había lugar para la crítica, con la intención de encarcelarlos luego. El maestro Buey y el maestro Cocodrilo, por ejemplo, deciden autocensurarse hasta el extremo de encarcelarse voluntariamente y negarse a ser liberados por Po. De nuevo aparece la sobreestimación del destino, ese peso del cual se ha liberado el metahéroe actual.
Mientras Buey y Cocodrilo creen que el kung-fu ha llegado a su fin, Po decide seguir la lucha acompañado de Los Cinco Furiosos. Vencido el temor a los prejuicios del otro, ya sólo le queda vencer un obstáculo: las jugarretas de su memoria.
4. La esponjosa paz interior. Durante toda la segunda película de la saga Kung Fu Panda, Po tiene flashbacks que van confesándole su origen biológico y la masacre comandada por Lord Sheen cuando el protagonista era apenas un osezno.
Y aquí volvemos a una idea de la primera entrega de estos textos: esta vez no se trata de la memoria ordenada, representada en dos dimensiones, sino una reparación venida desde la dimensión onírica del subconsciente, pero que narrativamente son simulacros de realidad: no es memoria a secas, sino una reparación de la memoria episódica: algo más parecido a una pesadilla que a un recuerdo.
De esta manera, el camino desde la memoria hacia la paz interior (una vez más) no pasa por vencer al villano sino por reencontrarse consigo: sólo estando en conciencia-de-sí puede vencer al mal.
De eso —parece— trata la esponjosa paz interior del metahéroe actual.
Cuando Po pone en práctica la paz interior para detener el ataque de los cañones de Lord Sheen, lo hace recordando al maestro Shifu y su manera de manipular una gota de agua. Conquista desde la memoria episódica algo que le resultó imposible hacer desde el exceso.
Si bien los grandes poderes del kung-fu, en películas como La palma de Buda (1982), requerían de un trámite de legado, una herencia, un traspaso mágico, ahora para el metahéroe actual la magia llega desde la memoria y la imitación de lo visto en sus héroes.
La magia singular es posible precisamente por su singularidad.
Y sólo luego de abrazar esa singularidad es que se puede aprender a ser héroe: saber cuándo imitar lo que se ha visto hacer por los maestros, pero hacerlo desde la paz consigo mismos, sin el drama de lo épico ni la impostación de lo heroico.
Simple memoria actual.
Es desde su singularidad —esa potencia de lo individual— que el metahéroe no es quien lidera un equipo, sino quien descubre su valor dentro de una multiplicidad y la fortalece.
No es el héroe omnipotente, sino el que no teme confiar en la experiencia de los demás.
Y así puede vencerse hasta al más tiránico de los regímenes autocráticos.
No se trata de combatir desde lo que somos, sino a partir de eso en lo que nos estamos convirtiendo.
La magia poderosa de lo colectivo compuesto por la autonomía de lo individual: Po y los suyos versus Lord Sheen y su ego.
¿No es ésa, acaso, la estrategia urdida por Harry Potter, ese otro metahéroe actual?
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Esta publicación forma parte de una serie de cuatro textos llamada El volumen de los héroes. Una primera versión de este texto fue publicada en Prodavinci el 27 de julio de 2011.
Lea la primera entrega de esta serie: ¿Qué tiene Buzz Lightyear que no tenía Superman?
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Próxima entrega: ¿Qué tiene Harry Potter que no tenía Mandrake El Mago? Parte 3: La magia de la phrònesis.
Willy McKey
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