Si Google sabe a dónde has ido, ¿sabe quién eres?
por John Herrman
En agosto pasado, The Associated Press publicó una investigación sobre cómo Google administra los datos que recopila, después de un hallazgo algo curioso por parte de un investigador de posgrado de la Universidad de California en Berkeley. Durante años, la empresa ha permitido que los usuarios controlen su “historial de ubicaciones”, en el cual se registra dónde han estado principalmente según su actividad de Google Maps. El investigador sugirió, y Associated Press lo confirmó, que eso no funciona como lo venden. “Algunas aplicaciones de Google almacenan automáticamente su localización y la hora sin preguntar”, encontraron los reporteros. Esa revelación ya resultó en por lo menos una demanda legal y en nuevas críticas públicas.
Sí estamos al tanto, por lo general, de que Google guarda información de nuestros paraderos. Cuando buscamos cosas en Google, para todo tipo de temas, la empresa usa nuestra ubicación para mostrar resultados más relevantes (por ejemplo, según qué idioma hablamos). Google Maps, obviamente, nos muestra datos particulares de dónde estamos y hacia dónde vamos. Las maneras más creativas e indirectas con las cuales Google consigue nuestros datos de ubicación pueden ser útiles o, por lo menos, impresionantes a nivel técnico. (Sí, Google, adivinaste bien, ese es el restaurante al que fui, pero no quiero reseñarlo, gracias). Aunque es más frecuente que los detalles de lugares y movimientos sean procesados entre bambalinas, donde la información es guardada porque puede ser guardada, y después sean compartidos con herramientas que damos por sentadas. Esas herramientas sirven para mostrarnos qué es lo que quiere Google y qué es lo que cree que sabe. Es una manera de ver qué tiene Google de nosotros.
Hay que darle algo de crédito; la empresa desde hace mucho tiempo permite a sus usuarios ver una parte de los datos recopilados sobre ellos y de ellos. Google Takeout es una herramienta para descargar tus datos que está disponible desde 2011 y ahora permite exportar parte del material de cincuenta servicios como Gmail, búsqueda, los chats y el servicio de pagos. El volumen abrumador de información demuestra lo profunda —e ineludible— que es la relación con la compañía. También puede ser algo transformador; ver meses de tu propio historial de búsquedas en listas es revivir una mezcla de momentos mundanos, ansiosos e, incluso, algunos que ya habías olvidado.
La descarga de datos también ofrece una utilidad básica: por ejemplo, poder descargar las imágenes que tienes en aplicaciones de Google te permite migrarlas a otro sitio. Y se agradece inmensamente que Google no mantenga secuestrados tus contactos. La empresa también deja que los usuarios revisen su historial de ubicaciones, con una interfaz muy estilo Google porque hace que una cantidad inmensa de información se sienta entendible; sin embargo, es poco estilo Google porque se siente inútil o como que no vale la pena meterse de lleno. Sin embargo, hay otra opción para descargar los datos en bruto. Eso hice y obtuve un archivo con cientos de miles de datos con el tiempo exacto (hasta en milisegundos), la latitud y longitud (con el estimado de qué tan preciso es en metros) y un supuesto de mi actividad en el momento (“EN_BICICLETA”).
Esta información, ya en una base de datos y fuera de las interfaces de Google, se siente como, en su esencia, vigilancia, aunque sigue siendo bastante incomprensible. Pero en 2014, un estudiante de bachillerato llamado Theo Patt trabajó una herramienta que se llama Location History Visualizer que pone todo el historial de ubicaciones sobre un mapa con códigos de colores, como los que se ven en institutos que estudian contagios de enfermedades. La herramienta se volvió un éxito y hubo decenas de miles de visitas al sitio de Patt.
Y es que al ver de esa manera los últimos años de tu vida —lo que registran tu computadora y tu teléfono celular, y que luego consigues con un citatorio de tu cuenta— surge un impulso forense. Ya sea que te pienses como abogado, procurador, jurado o juez, hay mucho con qué trabajar. Si aceptaste por completo compartir información con ciertos productos de Google (yo lo hice con varias aplicaciones de Google para el iPhone, incluido Google Maps), vas a ver años de tus ubicaciones en círculos brillantes, violetas, verdes, amarillos o rojos, encima de un mapa mundial. Explorar los datos es revisar, en segundos, diversos estados emocionales: sorpresa, desorientación, curiosidad, decepción.
Enfoqué mi mapa por primera vez sin agrandar ningún punto y no me pareció la gran cosa. Sobre toda la ciudad de Nueva York, donde vivo, se veía un círculo rojo inmenso; había otros círculos en sitios en los que he visitado a mi familia. Otro en Nashville, donde fui para una conferencia. Un viaje al norte de California para un reportaje. Algunas vacaciones, escalas en aeropuertos y viajes de fin de semana cerca de la ciudad. Si acaso, la información de Google parecía estarme diciendo que me vendría bien viajar más. (Según la empresa, no comparte los historiales de ubicación con anunciantes ni muestra anuncios según los lugares del historial).
Pero luego hice un acercamiento a una área. Esos sitios en los que visité a mi familia quedaron espeluznantemente detallados. En el pueblo donde viví mis primeros dieciocho años era notorio el esqueleto de una rutina de alguien que regresa varias veces a un lugar: los puntos en las puertas G18 y C25 del aeropuerto, desde las que usualmente llego o salgo y desde las cuales caminé hacia los sanitarios cerca de la puerta C9 la última Navidad. Luego hay otro rastro de color rojo hasta la casa de mi madre y unos rastros de color azul de cuando salí a correr durante las visitas. Podía ver los restaurantes del pueblo a los que fuimos juntos y el bar en el que me encontré con un amigo. Había otros puntos misteriosos por la autopista; los seguí hasta que recordé que había ido a un restaurante de comida rápida que me encantaba cuando era adolescente. Me acerqué a otro punto al norte de la casa de mi madre y ahí estaba la iglesia a la que fuimos para el servicio de Nochebuena. Me moví por esa zona del mapa y se veían con claridad las visitas que hice: a la capilla, cuando me senté los bancos de la iglesia que están a la izquierda y al nicho donde están los restos de mi padre.
Esta información me sentó mal de diversas maneras: el que una memoria de coordinadas de Google pudiera hacerme sentir pesar o alegría —claro, esa mañana en el parque fue tan linda, y estaban jugando esos perros— o que esas coordinadas me hicieran sentir culpable —y no un amigo, un compañero de trabajo o haberme equivocado de parada en el metro— de que la ciudad en la que vivo es mucho más grande que los lugares que visito rutinariamente.
También hubo momentos al revisar ese diario informático en los que sentí que quería más; pensé que será genial poder acercarme aún más, regresar a un sitio específico y clavarme a verlo. Pero fueron momentos que duraron poco, porque encontrar un diario tan personal sería divertido si está en el ático de la casa de tus padres y fue escrito con tu letra, no cuando lo hallas en los servidores de una corporación multimillonaria que muestra anuncios.
La primera versión de Location History Visualizer fue creada por Theo Patt cuando era adolescente. Poco tiempo después de que la volvió pública, le llegaron solicitudes para agregar herramientas. “Me llegó un correo de un padre cuya hija fue acusada de hurto en una tienda”, me dijo Patt. “Él mismo quería defenderla legalmente”. Entonces trabajó en una versión más avanzada que después empezó a vender. “Hay gente que cree que su pareja la engaña”, dijo, y son un “grupo sorpresivamente numeroso”. Recordó un caso en particular de una mujer que lo contactó directamente porque pensaba que su esposo le era infiel y había conseguido la información de Takeout para intentar comprobarlo. Después de una sesión de asistencia técnica “pudo visualizarlo todo”, dijo Patt, “y se quedó callada”. Varios días después ella le envió un correo escueto: “Gracias”.
La gente usa el programa de Patt para revisar a mayor detalle sus viajes para presentar los gastos ante las empresas; otros quieren reconstruir esos viajes por medio de mapas visuales. Pero también las intenciones son cada vez más turbias si se trata de los datos de ubicación propios o de otros. Hay muchas parejas preocupadas —las ventas de Patt se disparan cada vez que se acerca el Día de San Valentín—, aunque ahora también hay jefes preocupados sobre dónde están sus empleados durante el día. También diversas autoridades se acercaron a Patt; no quiso divulgar mucho por los acuerdos que tiene con esos clientes. “Hubo varios de nivel internacional, brazos policiales y agencias de gobierno”. Patt, quien ahora tiene 18 años, está por empezar sus estudios en la Universidad de Stanford mientras alista una nueva empresa. Aún acepta clientes nuevos para Location History Visualizer.
Cuando lo usé sentí que ya había visto más que suficiente. Ese nivel de datos biográficos es suficientemente preocupante cuando lo recopila y usa una empresa en la que confío, al menos en la práctica; fuera de ese contexto es como un cúmulo de confrontaciones con un mundo donde las promesas de privacidad de datos son más frecuentes e insistentes y, para muchos usuarios, menos creíbles. Así que desactivé el historial de ubicaciones en Google… o lo desactivé tanto como se puede. Fue un paso a sabiendas de que hay muchas otras aplicaciones que dan seguimiento a mi ubicación en el celular —de guías a sitios locales, las sociales y hasta las del clima— que recopilarían datos prácticamente idénticos. (Y no olvidemos a los mismos proveedores de servicios celulares o a las empresas bancarias). Pero no apagarlo habría sido como rendirme.
Patt aún tiene activado el suyo. “Es la historia de mi adolescencia”, dijo. Yo los veía como archivos de vigilancia nominal y él como una biografía. Google había redactado ambos aunque, por ahora, no parece estar tan interesado en ninguno.
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Este texto fue publicado originalmente en The New York Times en español.
John Herrman
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