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Ramón Pasquier retratado por Roberto Mata

Un encuentro con Catherine Deneuve

por Ramón Pasquier

10/05/2018

Ver desde la tercera fila a Barbra Streisand ejercer todos sus poderes creadores sobre el escenario del Madison Square Garden es algo así como el sometimiento extremo ante la dominación absoluta del star-system. Sobre todo si se toma en cuenta que, antes de entrar a la sala, el calentamiento es toparse con Lauren Bacall, Warren Beatty, Claude Lelouch, Stephen Sondheim, Glenn Close, Madeleine Albright, Jane Fonda, Barbara Walters, Dustin Hoffmann y Gore Vidal, que recuerde ahora. Hablamos de polvo de estrellas.

¿Cómo es posible ver tan de cerca ese firmamento, con las más absolutas naturalidad y compostura? Sólo si ya se había pasado por allí. Y esa necesaria y vital primera vez fue unos diez años antes: hace 22 años supe del polvo de estrellas gracias a Catherine Deneuve.

Apenas comenzaba la década de los noventa, fui parte de un grupo mediático invitado por Air France a un periplo por el eje París-Marrakech. Hoteles míticos, bodegas de champagne, plantas de aviones, el fur couture de Dior y otras menudencias nos imbuyeron en el joie de vivre francés.

Pero hay un gran placer propio de la visión francófila del mundo: poner la pica en lugares lejanos y sugerentes. Marrakech es como un gran escenario para la  aventura perfecta fuera de Occidente. Cielos sin nubes, olor a naranja y azahar, la brisa fría de noviembre, el monte Atlas al fondo y esos sonidos incesantes y mareantes de los rezos por Alá.

Catherine Deneuve, Paris, 1965, retratada por Willy Rizzo

La Mamounia no es un hotel: es una idea, un set que ha visto pasar a espías, hombres de poder y mujeres imposibles, donde apenas llegamos nos informaron que “Madame Deneuve se encuentra hospedada”.

Madame Deneuve es, cara a cara, exactamente igual a Catherine Deneuve. ¿Son las estrellas distintas, especiales, notables en alguna medida? Oh, sí. Quien diga lo contrario dice sandeces o sufre de hiperrealismo tropical húmedo. Las estrellas, los carismáticos, cambian la atmósfera apenas entran a un lugar. Y cuando son actores lo hacen a su antojo, porque ese es su oficio.

Madame declinó nuestra oferta de entrevista en un francés bajo con tonos de cigarrón, pero durante cuatro días la vimos deambular sola por La Mamounia como Catalina por su casa, casi descalza y con ropa de andar. Misteriosamente sola. Porque ellos nunca andan solos. Y cuando fuimos presentados —y declinados— se nos dijo que estaba en Marruecos con su hijo y un grupo X para hacerse una sesión de fotos de la nueva campaña de Yves Saint Laurent, precisamente en la villa de Yves Saint Laurent en Marrakech.

Si digo la verdad, su rostro es uno para la eternidad. Si me pongo miserable, digo que es cambeta y un poco cabezona. Y si digo lo que hay que decir, es un daguerrotipo que suelta auténtico y legítimo polvo de estrellas apenas la miras.

De vuelta a París y en el aeropuerto, de nuevo Catherine Deneuve. Regresamos juntos, según parece. Estoy sentado justo frente a ella mientras escribe unas notas haciendo mohines de actriz y llevando lentes de leer. Su hijo* y la gente X deambulan por ahí y le dan vueltas de vez en cuando. Ya en el avión, me toca sentarme justo dos puestos detrás de ella. Era una increíble mata de pelo que, sorpresivamente, come comida de avión. Cuando aterrizamos, sacó un peine y se dio un par de cardadas, se calzó unos lentes de sol, se levantó, se volteó y ya no era Catherine Deneuve. Era la vampira de El Ansia, quien camina seguida de sus murciélagos, sabiendo que nadie en el avión moverá un músculo hasta que ella se haya ido.

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*Curiosamente, varios años después, entrevisté para televisión a su hijo Christian Vadim, quien vino a Caracas a promocionar la película Aire Libre, de Luis Armando Roche. Vadim interpretaba al joven Alexandre Von Humboldt en sus correrías junto con Aimé Bonpland por estas lejanas y sugerentes selvas. No olvidemos tampoco que, en los años setenta, Deneuve corrió acompañada de Yves Montand por Caracas y La Guaira, en la insólita película El Salvaje, de Jean-Paul Rappenau, el mismo de Cyrano de Bergerac y El Húsar en el tejado. Vadim no sólo es hijo de Catherine Deneuve, sino de Roger Vadim, quien —aparte de dirigir Barbarella— se hizo maestro en polvo de estrellas al emparejarse en línea con Brigitte Bardot, Jane Fonda y Deneuve. Claro que, como sucede con demasiada frecuencia, hijo de gatos no siempre caza ratones.

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Este texto fue publicado en Prodavinci por primera vez el  1 de agosto de 2013


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