‘Ant-Man y Wasp’: Grandes carcajadas, protagonistas diminutos
por Manohla Dargis
Al estudio fílmico de Marvel le encanta agigantar todo: sus héroes, las peleas, la duración de las películas, su poder de mercado… y en ese mundo de luchadores gigantes con grandes músculos, el superhéroe pequeño Ant-Man (Paul Rudd) es una anomalía. Incluso cuando puede crecer su tamaño, es un tipo cualquiera, una persona de esas que uno sí se encuentra por la vida. Y eso es muy importante en Ant-Man y Wasp, una película con comedia que se resiste a ser enorme y se conforma con buenos chistes y buena vibra. ¿Es un pájaro? ¿Es un avión? ¡No! Es una película veraniega muy disfrutable.
Ant-Man, o Scott Lang cuando no está de turno, empezó algo inestable si se compara con los demás héroes que acaparan la pantalla de Marvel. En la primera película es un ingeniero eléctrico vuelto ladrón y después superhéroe que no tiene una mitología específica, poderes naturales o una historia de origen dramática que pueden contarse una y otra vez. (Aunque a Marvel le encanta rehacer y reciclar varias tramas, entonces uno nunca sabe). Ant-Man, por lo general, es alguien que tiene un traje genial que le permite miniaturizarse, tener fuerza sobrehumana y comunicarse con insectos para que hagan lo que les ordene. A veces logra desplazarse con una hormiga voladora como transporte. Cada quien.
Pero esta vez esas particularidades también son divertidas y llevaderas, gracias a que ya no hay detalles sobre cómo llegó ahí. Aunque, para los que quieren saber: involucra un intento de robar el traje del dueño original, el doctor Hank Pym (interpretado por Michael Douglas, ahora con barba de candado), uno de esos genios científicos del mundo Marvel que crea problemas buenos y malos. Pym ya no usa el traje por una historia algo confusa que tiene que ver con Janet van Dyne (la siempre genial Michelle Pfeiffer), esposa de Pym, quien regresa a la historia junto con la hija de ambos, Hope (Evangeline Lilly, que lo hace muy bien). En esta ocasión, Hope tiene un papel mucho mayor en la película, como lo sugiere el título que ahora incluye a Wasp (Avispa).
La secuela cuenta con el mismo director que la primera, Peyton Reed, con un guion de Rudd, Chris McKenna, Erik Sommers, Andrew Barrer y Gabriel Ferrari. Como todos los que regresaron, Reed parece estar mucho más contento de estar aquí esta vez, quizá porque ya no tiene que cumplir con las introducciones básicas de las películas marca Marvel y por ello queda más libre del yugo corporativo. Esto logra darle un toque más ligero a la película que, aparentemente por primera vez en la historia de Marvel, se siente como más corta de lo que es (118 minutos).
Esa ligereza es clarísima no solo en términos de qué se dicen los personajes, sino de cómo interactúan. En muchísimas películas de superhéroes, y sobre todo en las secuelas, los personajes no hablan entre sí, solo intercambian palabras para avanzar la trama; si acaso, de vez en cuando, se reúnen cuando recuerdan que no todo es la acción, aunque por lo general hacen planes y chistecitos, y van de regreso a los golpes.
En parte debido a que Ant-Man es un campeón de proporciones modestas sí necesita tener una personalidad y no solo poderes o músculo para mantener el interés. Por lo que los cineastas se aseguraron de darle a Rudd tela de donde cortar: Scott tiene amigos, preocupaciones, un corazón que sí late. Y Hope es su igual, además de que hay una pequeña, Cassie (Abby Ryder Fortson), que nunca es tratada como “la niña que tiene que aparecer”. Rudd, quien tiene carisma natural y una gran sonrisa, no depende solo de estas; logra llenar el traje con su soltura y un humor que a veces surge de la inocencia y a veces de la estupidez. Todo esto hace que los actos heroicos se sientan humanos.
Es curioso cómo las pequeñas cosas, como la personalidad, son las que hacen despegar a una película. Ant-Man y Wasp sí tiene secuencias de acción cinéticas, pero lo que la hace vibrar es que Reed logra sostener siempre la intimidad y el espíritu juguetón, incluso cuando hay coches y cuerpos volando por el aire. Quiere apantallar con los efectos especiales, pero parece estar más comprometido con lo absurdo que es Ant-Man: los chistes y peligros que acompañan a un superhéroe que fácilmente podría ser aplastado.
Como sucede en muchas de estas películas, la trama es lo de menos. Hay villanos, peleas, los típicos misterios y algo de melodrama familiar. Pero también hay un edificio que Pym encoge para cargarlo cual maleta y toda una agrupación de actores que suelen robar los reflectores en ciertas escenas —Michael Peña, Randall Park, Walton Goggins, Judy Greer y Bobby Cannavale entre ellos— que, con su talento y cadencia perfecta, mantienen la vibra cada que Rudd y Lilly se enfrentan a los insecticidas.
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Este texto fue publicado originalmente en The New York Times en español.
Manohla Dargis
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