Game of Thrones: que el espectador pague la cuenta

por Jován Pulgarín

07/05/2019

Brienn of Tarth y Jaime Lannister. Fotograma de Game of Thrones

[Alerta de spoiler]

Algo no cuadra. Algo nos causa escozor en el cogote. Tal vez, como dice el lugar común, no estamos viendo la fotografía completa. La sensación, sin embargo, es de estafa. Apostar todo al golpe de efecto, en lugar de pulir las líneas argumentales, nos está causando un enorme dolor de cabeza. Terminamos de ver Game of Thrones con una sensación de perdida y completamente aturdidos.

El capítulo 8×4, por ejemplo, podría verse como un gran retroceso en el desarrollo de los personajes femeninos. La explicación de la evolución de Sansa, desde su inocencia hasta la frialdad que hoy la mueve, es básica. La metáfora del pajarito reduce drásticamente un proceso complejo y sicológico muy interesante del personaje, que ha logrado convertirse en una gran analista después de las vejaciones más aterradoras. Es más, vale preguntarse: ¿era necesario ese diálogo con El Perro? ¿Qué le agrega a lo que ya hemos visto?

Es probable que no les suene el nombre de Patrick Willems, pero se trata de un director de videos, que analiza diferentes conceptos audiovisuales y los desmenuza en su canal de YouTube. Sus videoensayos son muy didácticos. Son aportes para entender muchas cosas sobre series y películas. Uno de los temas que toca, y es clave para explicar lo que ha sucedido con Game of Thrones en esta última temporada, tiene que ver con la verosimilitud.

Para Willems, la verosimilitud se refiere a la “verdad interna” del filme. Ojo: no se puede confundir con realismo. Después de todo, la obra original de George R. R. Martin nos presenta dragones, gigantes y hechiceros. La esencia de esa verosimilitud, según el autor, deriva de mostrar las reglas claras para que el espectador comprenda cómo funciona el discurso dentro de la película. Dice Willems que lo esencial es “mantener la verosimilitud y atenerse a sus propias reglas”. Si hay algo artificial, que pareciera no pertenecer al mundo que se ha planteado desde el inicio, se verá forzado y la audiencia gritará: ¿de dónde salió esto?

El videoensayo se llama Realismo, ¿cuánto importa realmente? y es interesante porque repasa los dos grandes conceptos que han marcado la historia del cine: “realismo” (el cine debe comprometerse con la realidad) y “formalismo” (el cine debe alejarse de la realidad). Para desgranar el ensayo, utiliza como ejemplos películas de Steven Spielberg (Jaws), Cristopher Nolan (Batman Begins) y hasta los propios Avengers, entre otras. Lo pueden ver a continuación.

Pero volvamos a la verosimilitud en el caso que nos ocupa. Intentemos responder la siguiente inquietud: si Cersei hubiera cambiado de opinión tras el emotivo discurso de Tyrion, entregándose a Daenerys, ¿cómo nos habríamos sentido? No creo que existiera algún espectador que apostara por un cambio en los planes de la primogénita de Lord Tywin Lannister. En consecuencia, la acción siguiente es completamente verosímil: la decapitación de Missandei.

Ahora bien, mucho antes de que ocurra la fatal escena, cuando nos enteramos que el gran amor de Gusano Gris ha caído en manos de la cruel reina, saltan muchas preguntas. ¿Cómo llegó allí? ¿Dónde se había escondido que no pudo alcanzar la orilla como su amante? Incluso un personaje que debería tardar más en cada brazada, como Tyrion, logró salvarse. Los guionistas no han visto la necesidad de explicar eso en función de causarnos un golpe de efecto: que muera un personaje que apreciamos y que además impulsa el deseo de venganza de Daenerys.

El anterior es el ejemplo menos drástico de los problemas de verosimilitud del cuarto episodio. El principal, como la mayoría de usuarios en redes sociales lo ha remarcado, nos lleva al romance entre Brienne y Jaime. La relación que nació de la camaradería y la admiración fue empujada con un Ferrari hacia una noche de sexo, como si se tratara de una canción de Aventura.

Aún si aceptamos que esa química es real, algo poco probable, el verdadero problema es el cierre de este amor de verano. Una mujer que rompió el patriarcado con su fortaleza mental y física, que se ganó el título de “Caballero”, en contra de cualquier tradición, termina llorando a moco tendido, suplicándole a uno de los peores hombres del mundo que no se marche. Disculpen, pero esto no es Game of Thrones, es La Rosa de Guadalupe.

Y, finalmente, lo menos verosímil de estos cuatro episodios, tiene que ver con la fiebre de poder que sufre Daenerys. No solo le está costando su reinado. No hay quien la vea en este momento capaz de ejercer el poder de manera ecuánime. “No te conviertas en lo que siempre has luchado para derrotar”, le dice Varys.

Ese deseo de acabar con Cersei parece (no me fío de los guionistas nunca) haberle costado demasiado. Esa escena, en la que su hijo es atravesado por unas ¿estacas? es realmente caótica y nos devuelve al principio de este artículo. ¿Es probable que un arma tan mundana pueda acabar tan fácilmente con un dragón que sobrevivió a un ataque zombi?

La locura de Daenerys puede justificarse por la herencia en su sangre, aunque parece impulsada por los productores para que Jon Snow gane enteros como el candidato ideal al trono, incluso para generar, o aparentar, una confrontación final entre ambos. Por supuesto, no podemos dejar que el árbol tape los Siete Reinos. Es probable que nos estén escondiendo el conejo y sorprendernos en el acto final, como habíamos advertido en el artículo anterior. Sería la vieja treta del fin justifica los medios, algo que han ejecutado casi todos los personajes durante las ocho temporadas. Probablemente esa sea la mayor paradoja de la serie, que para el rating del trono sacrifiquen a su bien más preciado: el espectador.


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