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Eduardo Sánchez Rugeles

Una conversación con Sánchez Rugeles

por Tony Frangie Mawad

10/06/2018

Desesperanzada y hastiada con la Venezuela contemporánea, Eugenia Blanc –una caraqueña de clase media– solo tiene un sueño: ser francesa. Su empeño por obtener la nacionalidad de su abuelo la embarca en un inusual road trip por los grotescos paisajes de su país revolucionario, descubriendo el proceso agridulce de convertirse en adulta, en la novela debut del escritor venezolano Eduardo Sánchez Rugeles (1977), Blue Label/Etiqueta Azul (2010).

La obra catapultó a Sánchez Rugeles –que tenía tan solo 33 años– a la fama literaria cuando la novela ganó el Premio Iberoamericano de Literatura Arturo Uslar Pietri. Blue Label/Etiqueta Azul ha cautivado a los lectores, especialmente al público joven, por su cruda visión de los años más hegemónicos y despilfarradores del chavismo (de ahí el título) y de la significancia que el tema central –el destierro voluntario– adquiere cada día más. No sería exagerado hablar de Sánchez Rugeles, quien vive en Madrid desde hace más de una década, como un bestseller del mercado local.

–Eres uno de los pocos autores venezolanos que ha tenido el atrevimiento de hablar desde el punto de vista de la clase media caraqueña del tipo publicidad navideña de Plumrose. ¿Consideras que la clase media/alta, su mundo y visión, ha sido demonizada o convertida en tabú?

–Sin duda, bajo los parámetros sociológicos de la Revolución, la clase media ha sido satanizada. No es un tabú, se habla de ella pero en términos peyorativos y excluyentes. La clase media, según este modelo político, es el mal, pero, en sentido estricto, no creo que esta estigmatización se trate de un fenómeno reciente. El chavismo, claramente, profundizó esa lectura negativa, pero esta visión estaba muy arraigada en el imaginario estético latinoamericano desde los años sesenta. No es un fenómeno exclusivo de Venezuela, lo que pasa es que nosotros tuvimos el infortunio de llevar a Chávez a la presidencia. No creo que seamos pocos los que le hayamos dado la palabra a la clase media, lo que ocurre, quizás, es que no hemos tenido suficiente visibilidad. Al no encajar en el paradigma imperante, al no caer en el tópico marxista de la lucha de clases y apostar por esencialismos sociológicos, puede que nuestro trabajo haya pasado desapercibido. En ese sentido, puede que “Blue Label” haya tenido suerte y haya aparecido en un momento en el que la clase media necesitaba quitarse de encima algunas etiquetas.

¿Qué te llevo entonces a hablar de ese estrato socioeconómico, a meter el dedo en la llaga?

No hubo una intención específica de meter el dedo en la llaga, nunca vi esa llaga. Simplemente, traté de hablar de contextos y situaciones que me resultaban familiares, de entornos que conocía. No tengo experiencia vital de la riqueza, de la opulencia de las clases altas, pero tampoco tuve una experiencia directa de la pobreza extrema; por lo que mis referentes siempre estuvieron ligados a eso que, a veces de manera deportiva, llamamos clase media.

¿Has visto el controversial video Caracas, ciudad de despedidas? ¿Qué opinas? ¿Te parece que la reacción fue proporcional?

En su momento lo comencé a ver, pero lo quité porque me aburrió. No le di importancia, horas más tarde supe que era un escándalo mediático. La reacción, efectivamente, me pareció desproporcionada y grotesca. Muchas personas descargaron sus frustraciones, iras, malestares y pesares en el trabajo escolar de ese grupo de chamos. La indignación popular me sigue pareciendo kafkiana. Recuerdo que, en esos días, el magistrado Aponte Aponte acababa de hacer unas revelaciones graves sobre el funcionamiento del Tribunal Supremo de Justicia; esa semana, además, un grupo de presos alzados tomó el reten de La Planta y comenzaron a disparar contra la autopista. Había una serie inmensa de argumentos para indignarse y cuestionar el estatus moral y el fracaso político de la vida venezolana, pero el desahogo le tocó a estos pobres carajitos que, incluso, llegaron a recibir amenazas de muerte. Conozco a algunos de ellos, les di clases en bachillerato. Algunos, en privado, reconocieron cometer un error al prestarse a participar en ese corto, pero nunca imaginaron que aquella tontería se convertiría en un fenómeno viral. También fueron ingenuos. Como tantos, como todos.

En retrospectiva, ¿se puede considerar a Luis Tévez y su grupo como hipsters?

No lo sé. Nunca he sido dado a las etiquetas, me resultan insuficientes. Además, hipster es ese tipo peculiar de etiqueta que, según el contexto, puede cambiar su significado, cada quien entiende lo que quiere. En sociedades como la venezolana ese tipo de categorías sociológicas resultan insuficientes y fallidas. Caracas puede modelar, por ejemplo, un hipster-mono-emo-wannabe sin que eso resulte contradictorio. La locura de la ciudad lo hace posible. 

En un capítulo del libro, Luis y su grupo hablan de una apología del malandro que parece dominar el cine venezolano y otras áreas culturales. Háblame de esto.

Durante mucho tiempo, imperó el modelo de un cine de barrio, o cine miseria, en el que los roles protagónicos recaían en delincuentes. Pienso en la obra de Clemente de la Cerda (Soy un delincuente, Reincidente) o en muchas películas de Roman Chalbaud. Los personajes, probablemente (recuerda que ellos son libres) se referían a esa tradición. 

Pareciese haber un tema de decadencia, incluso en un nivel visual y lingüístico, en el ambiente de la obra. ¿Es esta Venezuela hoy en día? ¿Fue intencional el sentido de decadencia al punto (excelentemente logrado) que abruma? ¿Puede haber belleza en la decadencia?

Blue Label se redactó durante el otoño de 2009. Imagino que la decadencia que describen sus páginas, si se compara con la Venezuela de 2017, ha de parecer como una Edad Dorada. Sí, hubo una intención clara de registrar ese hundimiento, ese desgaste de los referentes urbanos. Para la Revolución, la decadencia es una política de Estado y, efectivamente, creo que la literatura es una buena herramienta para dejar constancia de todo aquello que parece estar condenado a desaparecer. Sobre la belleza, puede haber belleza en la memoria que evoca aquello que ha desaparecido, que se ha perdido, que ha dejado de ser. El objeto per se, el mundo destruido, puede ser horrible y degenerado, pero la mirada que lo percibe, en su humanidad, en su evocación, sí puede estar empapada de belleza.

Leí la obra hace tres años, cuando estaba en Quinto Año, y siempre discutía con un amigo sobre su significado: para mí, Blue Label/Etiqueta Azul concluye en que Venezuela es “un país de perdedores” (como decía el padre de Eugenia) sin futuro ni posibilidades. Para mi amigo, el libro representaba lo contrario: Eugenia tuvo el único momento feliz de su vida al inmiscuirse en la verdadera realidad venezolana y solo consiguió alienación y tristeza al cumplir su sueño de emigrar. ¿Nos podrías dar un poco de claridad?

Me gusta dejarle libertad a los lectores para que elijan la interpretación con la que más se sientan a gusto. La interpretación habla más de ti como lector, que de las intenciones del autor. Creo que tienes razón al ver la historia cómo la ves, pero tu amigo también tiene razón. Esta Venezuela, de la que huyó Eugenia, es muy perversa, asfixia, maltrata, hace daño, duele, pero también tiene una cara oculta que es en la que se afinca la melancolía y la nostalgia, algo a veces indecible. Quisiera tener un poco de claridad, pero solo tengo oscuridades.

Se dice que eres la voz de mi generación pero, aunque en varias ocasiones sienta mucha identificación con la obra, siento que Blue Label/Etiqueta Azul termina plasmando la voz de tu generación (La X) en personajes millenials. Eugenia y su visión del país me recuerda más a los amigos de mi hermana de 40 años o a los jóvenes del documental Zoológico (1991) que a mis amigos. En una escena, todos se burlan de este personaje patriótico y activo en actividades políticas y cívicas que llaman “el patriota”. Yo siento que, por lo menos desde el 2007, la mayoría de los jóvenes venezolanos –tanto los que emigraron como los que no– han terminado evocando a ese personaje. Me atrevo a decir que la voz de Eugenia hubiese sido más orgánica en un trama situado en los años noventa. 

Yo soy un noventero confeso, tengo la edad de los amigos de tu hermana. Mis referentes son absolutamente finiseculares y puede que, efectivamente, mis personajes adolezcan de esas huellas de agua. Sin embargo, te puedo garantizar (pregúntale a tu hermana) que a ninguno de nosotros, en los noventa, se nos pasaba por la cabeza irnos definitivamente de Venezuela. Queríamos salir a estudiar, a viajar, a conocer al mundo, pero no existía un paradigma de la migración como alternativa racional ante el estropicio revolucionario. El conflicto de Eugenia, en los noventa, no hubiera sido del todo verosímil, sí posible, pero no hubiera conectado con las necesidades y experiencias de una generación. En los 90, quizás, Eugenia hubiera sido una loca, una tipa rara; en la actualidad, Eugenia es una tipa que, te caiga bien o mal, tiene un problema que, como lector joven, te resulta familiar. 

¿Qué nos espera de la película de Blue Label/Etiqueta Azul? 

Tengo expectativas inmensas. He trabajado durante mucho tiempo en ese guión, a la par del director Alejandro Bellame. Muy contento con el equipo técnico y artístico. He aprendido lo difícil, complicado, cuesta arriba y perverso que es hacer cine. No sé que nos espera, comparto el sentimiento de incertidumbre. Ha sido una experiencia muy formativa y grata. Si es buena, la amaré y si es mala, también. Confío en que Alejandro hará un excelente trabajo que, como es habitual, tendrá aficionados y detractores. 

¿Cómo ves el panorama actual de la literatura venezolana?¿Se están leyendo más escritores venezolanos en el exterior?

No podría asegurarlo, tengo dudas. Seguimos siendo una literatura periférica, conocida por especialistas, pero para el público general no creo que haya habido un cambio significativo en lo que tiene que ver con la visibilización de autores venezolanos. Puede que, en Venezuela, se esté leyendo más literatura venezolana que antes. Tengo 10 años fuera del país, no podría asegurarlo, pero tengo esa impresión. Sin embargo, fuera del país, cuantitativamente, no creo apreciar un aumento notable de publicaciones o autores inéditos. A la poesía le ha ido bien, mejor que a la narrativa. Cadenas y Yolanda Pantin, por ejemplo, han tenido continuas rediciones de sus obras y han recibido reconocimientos importantes. Méndez Guédez fichó por Siruela y ha publicado varios títulos en España, me parece que Fedosy Santaella publicó con Pretextos, Rodrigo Blanco ganó un premio importante en París con The Night; pero sigue siendo una literatura de casos, de autores concretos. Meras impresiones, quizás me equivocó. Me falta leer muchos autores jóvenes y contemporáneos por lo que no tengo argumentos suficientes para saber si se están rompiendo parámetros o límites. Sí sé que hay gente escribiendo y eso es bueno. 

¿Qué es lo que más te gusta y que es lo que más desprecias o detestas de la producción cultural venezolana?

Las cosas han cambiado. Como te advertí, tengo diez años fuera de Venezuela por lo que creo que la oferta cultural de 2007, con sus posibilidades y limitaciones, no es la misma que la actual. En muchos campos, creo que hay gente muy talentosa, eso me gusta y lo admiro. Lo que más detesto es el facilismo, la mediocridad inconsciente, el creer que se puede ser músico, actor o escritor porque se leyó un libro for dummies y que las cosas pueden lograrse sin sacrificios o esfuerzos. Me disgusta la gente que estigmatiza el esfuerzo, que cree que las dificultades son negativas y que las cosas son buenas y bonitas sí porque sí. En la cultura también abundan figuras como la de ese joven, tristemente célebre, que se fue una competencia de invierno en Finlandia sin saber esquiar, solo porque quería cumplir un sueño. Este oficio requiere disciplina y trabajo. Me gusta trabajar con gente que tiene esa concepción de las artes.. 

¿Cómo te imaginas, al nivel que quieras, a Caracas o a Venezuela en 20 o 30 años? 

Me vienen a la mente dos imágenes: El desierto del Valle de la muerte o un cementerio urbano, como el Otro Lado de películas como Inception o el de la serie Stranger Things. Nunca he sido muy optimista.

 


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