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Apuntes sobre “The Iron Throne”, el capítulo final de #GameofThrones

por Ángel Alayón

22/05/2019

[Alerta de spoiler]

Fui un espectador más hasta el capítulo del asesinato de Joffrey. De ahí en adelante, decidí escribir algunas notas que me sirvieran para comentar los capítulos, luego de ser testigo del desprecio del joven rey hacia el conocimiento de la historia, cuando rompe con su espada de acero valyrio el libro que la acababa de regalar Tyrion.

Un rey que desprecia la historia y el conocimiento será víctima de sus puntos ciegos. No pocas veces la ignorancia es una forma de condena.

El primer texto fue bien recibido por los lectores. Willy McKey, Ramón Pasquier y Rodrigo Marcano, de la Casa Prodavinci, me motivaron a seguir escribiéndolos. Dudé, aunque cedí. En restrospectiva, entiendo que fue una manera de enriquecer nuestras conversaciones. Hicimos programas especiales para Prodavinci en Agenda Éxitos sobre la serie y no fueron pocas las discusiones sobre la naturaleza de los personajes y sus posibles destinos, hechas durante almuerzos posteriores al programa de radio. ¿Qué son las amistades sino una forma de compartir historias?

Y es lo que dice Tyrion en este capítulo final. No son los ejércitos ni es el oro lo que puede unir. “No hay nada más poderoso que una buena historia. Nada puede detenerla. Ningún enemigo la derrota”. Y en un ejercicio magistral de marketing político en la historia de Westeros, Tyrion describe el arco narrativo de Bran de una forma que hace casi imposible negarse a optar por El Roto: es el hombre que ha superado lo indecible desde niño, quien conoce todas las historias, es la memoria de las victorias y las derrotas, quien tiene la sabiduría para conducir los destinos del reino y no tendrá una descendencia que imponer.

Game of Thrones es, también, una reflexión sobre quién debe tener la responsabilidad de conducir los destinos de una sociedad. Hay tanta gente que no debería estar en posiciones de poder, pero está, y tanta gente que debiera estarlo y no está.

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Daenerys, la madre de los dragones, dice a sus soldados en su discurso de victoria: “Han liberado al pueblo de Desembarco del Rey de la tiranía”. Eso dice quien acaba de destruir la ciudad y derramado la sangre de inocentes en nombre de la libertad. Eso dice quien promete romper la rueda de la tiranía a sangre y fuego. Es la narrativa del tirano: destruye un pueblo y decláralo libre.

“La guerra es la paz. El odio es amor. Ignorancia es la fuerza”, son las consignas del Partido Socialista Inglés de Oceanía, como nos contó George Orwell, desarmador de palabras y discursos. Tyrion, como Orwell, comprende lo que Daenerys hace con su discurso: “Ella liberó a las personas de Bahía de los Esclavos. Ella liberó a la gente de Desembarco del Rey. Y no parará de liberar a la gente hasta que todo el mundo sea libre y ella lo gobierne”. Quizás convenga establecer un nuevo estándar para evaluar a los libertadores: no puede llamarse liberación si el liberado no puede agradecer esa condición por estar muerto.

Los tiranos comienzan matando con el lenguaje antes que con el fuego.

Ramón Pasquier estuvo muy claro sobre Daenerys Targaryen desde las primeras horas de la serie. La identificó con el populismo y su disposición a tiranizar. La llamaba Narda-Shakira. Se sorprendía de que mucha gente apostaba por ella entre sus favoritas para terminar en el trono. Es el discreto encanto del populismo. Es también el poder de las narrativas socialistas y totalitarias. Esas que Mises describió como “una ambiciosa creación del espíritu, algo tan valiente y atrevido que levanta la más excelsa admiración”. Todo esto para concluir: “Si queremos salvar a nuestro planeta de la barbarie, lejos de ignorar desdeñosamente los argumentos socialistas, es preciso refutarlos”.

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Los tiranos crecen en un entorno apropiado para ellos. No son pocos los aplausos que los ensalzan durante sus primeros pasos. No son pocos los ojos que se cierran para no ver que aquello que le hacen a los otros se lo podrían hacer a cualquiera.

Tyrion le recuerda a Jon Snow: “Cuando Daenerys mató a los esclavistas de Astapor, de seguro solo los esclavistas se quejaron. Después de todo, eran hombres malvados. Cuando crucificó a cientos de nobles en Meereen, ¿quién negaría que eran hombres malvados? Los Khal de Dothrakis que quemó vivos le habrían hecho algo peor a ella. A donde ella va, hombres malvados mueren y la alabamos por ello. Y se vuelve más poderosa y más segura de que hace lo correcto y el bien. Ella cree que su destino es construir un mundo mejor. Para todos. Ella cree eso. Y si realmente crees en eso, ¿matarías a quien se interponga entre tú y el paraíso?”.

Imponer el horror es el destino de aquellos que se creen predestinados.

Entre el tirano y el Paraíso, solo queda la tragedia.

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—No es sencillo ver algo que no ha existido. Un buen mundo.

—¿Cómo sabes que es bueno?

—Porque yo sé lo que es bueno.

—¿Qué hay de los demás? Toda la otra gente que cree saber lo que es bueno.

—No les toca elegir.

Snow elige el deber sobre el amor y asesina a Daenerys. Se hunde con su daga en el arquetipo del héroe trágico. Estamos tentados a decir que con ese acto cambia la historia de Westeros, pero es una ilusión. La historia de Westeros es lo que pasó, no lo que pudiera haber pasado. Lo que sí podemos decir es que su acción produjo un reacomodo político que llevó a un cambio institucional.

Las reglas del poder ahora serán diferentes: el rey es electo por las casas y el trono no será hereditario. Todavía es un sistema alejado de la democracia propuesta por Samwell, pero es un cambio en las reglas que puede generar resultados diferentes al presentar una estructura de incentivos distinta a la monarquía hereditaria.

Solo el cambio institucional ofrece una oportunidad de evitar los destinos trágicos del pasado. Drogon quema el trono que asocia con sus pérdidas más dolorosas. Es la simbología del cambio en Westeros. Ya nada podrá ser igual.

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Cerca del final, asistimos a un consejo de gobierno. Hora de endeudarse, dice Tyrion. “Hay gente hambrienta que alimentar”. Hay una Armada por reconstruir, puertos por rehacer. El Maestro de la Moneda recuerda la importancia del uso eficiente de los recursos “o no habrá monedas”. Se propone la construcción de un sistema de agua potable y se menciona la posibilidad de reconstruir los burdeles quemados, ante lo cual Brienne recuerda que la construcción de naves es prioritaria. En fin, observamos a estos personajes, que vienen de la guerra y del dolor, participar en el ejercicio cotidiano del gobierno en los dominios de la política pública, algo que debe ocurrir lejos de los intereses privados y con la mayor eficacia posible. “Eso mejorará”, dice Bran El Roto. Y eso es justo lo que esperamos: que todo mejore.

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Cuando Bran El Roto nombra a Tyrion como Mano del Rey, Tyrion le pide que no le dé esa responsabilidad: “Yo creí ser listo pero no lo fui. Creí saber qué era lo correcto, pero no lo supe”. Gusano Gris le dice a Bran que Tyrion no puede ser Mano del Rey por ser un criminal y que debe aplicársele la justicia. Bran le dice que justicia es lo que acaba de hacer. “Este hombre cometió terribles equivocaciones. Pasará el resto de su vida arreglándolas”.

La decisión de Bran es una prescripción: estamos a tiempo de reconocer nuestros errores y asegurarnos de compensar a los otros por el resto de nuestras vidas, para que nunca más pase lo que nunca debió pasar.

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Me habría gustado que Ramón Pasquier viera el final de Game of Thrones. No fue posible. Pero quiero compartir con ustedes la última serie que me recomendó: Wolf Hall, donde se cuenta la historia de Thomas Cromwell en la corte de Enrique VIII y Ana Bolena. Recomendar esta producción es mi forma de que sigamos en esta mil y una noches tras la búsqueda de historias, esas historias que nos estamos contando desde hace miles de años alrededor del fuego, esas historias que nos definen como humanos y que nos han permitido sobrevivir.

Las historias son, al final, un intento de salvarnos.

Mi guardia ha terminado.

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